EN BANDEJA DE PLATA


Estoy sentado en el suelo de un enorme granero. Recostado contra una de las paredes de madera podrida, con restos de paja ennegrecida bajo mis piernas. Del techo agrietado se cuela un haz de luz que me da directamente en los ojos. Trato de cerrarlos para protegerme del dolor que me produce el llevar varias horas con las córneas al sol pero es inútil. No tengo párpados. Desde aquí puedo verlos a mis pies. Dos ínfimos trozos de piel y cartílago sanguinolentos. El espectáculo que dan mis órbitas oculares tras tantas horas expuestas debe ser horrible. Incluso huelen mal, o eso me parece. Pero es imposible asegurarlo. Los restos de mi nariz están al lado de los párpados.
Si, estoy seguro. Debo tener un aspecto terrorífico. Ojos medio podridos, un enorme cráter por el que expulso sangre y mocos a cada respiración y el resto de mi cuerpo completamente podrido. O eso pienso que está, ya que no puedo moverme. Pero da esa impresión. La piel de las manos está verde. Quiere escindirse de mi reseca carne y los nudillos están tan ennegrecidos que comienzo a ver gusanos tratando de horadar un lugar cálido en el que dejar sus huevas.
Lo dicho, debo de ser cualquier cosa menos agradable. Aunque a ELLA parece no importarle. ELLA me arrancó de cuajo los párpados tan amorosamente que le hubiera pedido que se muriese conmigo para siempre. El beso que me dio en la punta de la nariz antes de arrancármela a mordiscos me dejó a las claras que estaba enamorada de mí como una loba de sus cachorros. Y la forma en la que está cortando una de mis piernas es tan sensual que podría tener un orgasmo ahora mismo de no ser por que intuyo que mi pene está tan podrido como mis nudillos.
No, no le doy asco. Al contrario. Esa sonrisa que me ha regalado al arrancar el último jirón de carne podrida de mi pierna me lo confirma.
-¿Hoy probarás un poquito de ti, querido? -me pregunta como cada día mientras deposita amorosa mi pierna corrupta en una bandeja de plata.
-Hoy te daré la misma respuesta. -le contesto sin apenas fuerzas para mover estas dos tiras pastosas de carne que son mis labios.
Se acerca sinuosa hasta casi rozarme con sus labios de fresa una de mis orejas.
-¿Y cuál es esa respuesta? -me susurra antes de perforarme el tímpano con una de sus alargadas uñas esmaltadas.
-No quiero probarme… quiero ver cómo lo hacéis.
Me sube como un fardo a una camilla y me conduce al exterior.
Fuera, el espectáculo de siempre. El grupo de hombres y mujeres vestidos de gala están esperando, hambrientos. Al ver llegar mi pierna en bandeja sonríen y se ponen las servilletas en el cuello. Sus manos no son tal, son muñones del que salen cuchillos y tenedores. Ella les acerca mi pierna y antes de comenzar la degustación me miran, inclinan la cabeza con educación y atacan con sus manos/cubiertos a mi pierna. ELLA me susurra.
-¿Te gusta, papi?

-¿¿¡¡Te gusta, papi!!??
El grito casi me deja sordo y doy un respingo. Estoy en el interior de un coche. Parpadeo atontado ubicándome. Me miro al retrovisor y ahí están mis párpados, mi nariz y mi piel tiene un aspecto tan rosado que casi me dan ganas de vomitar.
-¡Mira, mira, mira! ¿Te gusta? -repite a gritos una niña vestida, casi disfrazada, de pequeña prostituta. Tiene las manos llenas de bolsas de ropa de marca y zarandea ante mi recién adquirida nariz unos trapos que a buen seguro la harán parecer aún más puta.
Aunque la que de verdad es una buscona es la mujer que acaba de entrar a mi lado.
Por el anillo que lleva en la mano, idéntico al mío, supongo que es mi mujer. Parpadeo atontado. Que sensación tan extraña tener estos trozos de carne en los ojos.
-¿Ya te has vuelto a quedar dormido? -me pregunta la buscona.
-Supongo…
La buscona me mira con desdén mientras su clon diminuto del asiento trasero le pone un minúsculo bikini a su muñeca.
-Con esto me darán un 10 en la página “Soysexy_oqué_puntocom” jijiji -ríe entre dientes la pequeña cabrona estridente.
-¿Qué esperas? ¿A que te la chupe? -me azuza la buscona mayor.
La imprecación me coge tan de sorpresa que solo atino a asentir con la cabeza. Me tiembla tanto la mano al tratar de meter la marcha al coche que se me cala. Comienzo a sudar y a sentir cómo todo da vueltas a mí alrededor. El resto del trayecto a casa transcurre entre nebulosas de ropa de marca sacada a empellones de sus bolsas.
Ya es de noche. Estoy en la cama al lado de mi mujer y solo pienso en pudrirme, en que me saquen los párpados y me arranquen la nariz a mordiscos. Lo último que oigo dentro de mis sesos antes de sumirme en el sopor es la voz de ELLA: “¿Hoy probarás un poquito de ti, querido?”

Todavía es noche cuando despierto. Me encuentro en un piso de soltero. Se que es de soltero por que tan solo es una habitación. Una caja cuadrada de ladrillo. Mi minúscula cama está al fondo del habitáculo. Al lado contrario una pequeña cocina llena de trastos y suciedad y más al fondo, en penumbra, la puerta que da al exterior. No consigo moverme, ni quiero. Siento nauseas y la bilis me llena la boca. Me enjuago la boca con ella y escupo al suelo. Un rápido vistazo me confirma que no es la primera vez que hago eso. Todo el mármol desde la cama hasta la puerta está cubierto de una fina capa amarilla.
Mientras degluto mis propios jugos, un furtivo movimiento dentro de la penumbra de la puerta llama mi atención. Por un momento pienso en si esa noche habré ligado con alguien, pero los restos de esperma del colchón y las yagas en mi pene me confirman que he vuelto a masturbarme durante horas antes de caer rendido. Fijo la vista en la penumbra lejana de la puerta pero fuera quien fuese aguarda agazapado. Estoy tranquilo. Pienso que es mi padre. O mi madre. No, no lo pienso, lo sé. Lo deseo con todas mis fuerzas. Ahora casi lo suplico. Deseo que sea alguno de ellos. Que mi padre surja de la oscuridad y me salude alzando su martillo de carpintero antes de machacarme los huesos con él. O mi madre ofreciéndome uno de sus guisos para después arrojármelo a la cara hirviendo. Suplico con todas mis energías que sea alguno de ellos, que alguno dé el primer paso para surgir de la oscuridad y me reconforte con su conocida presencia. Casi sollozo para que aparezcan. Estoy apunto de gritar entre lágrimas de alegría que se acerquen, que me abracen y justo cuando la figura parece hacer caso de mis súplicas y alza un pie para dar el primer paso caigo en la cuenta de que algo va mal. Vivo solo, me encuentro a miles de Km. de distancia de mi familia, nadie tiene las llaves de mi piso y ahí no debería haber nadie. Me quedo paralizado por que sé que con mis súplicas he atraído a alguien. La figura avanza hacia mí. Es una mujer, lo sé por que lleva un camisón mojado. El pelo le cae grasiento sobre la cara, no puedo verle el rostro mientras continúa su avance. Estoy tan paralizado que no noto nada de mi cuerpo, ni siquiera cuando ella alcanza la cama y recoge una de mis manos para llevársela a la tripa. Por un momento pienso que este ser de ultratumba quiere hacer el amor conmigo y enseguida se me pone dura. Pero el mordisco que me dan las fauces que acaban de aparecer en su vientre me saca de mi ensoñación.
Los colmillos ennegrecidos de su barriga mastican mi mano de tal modo que la sangre se desliza hacia sus muslos. Eso me pone más caliente mientras me lamo el muñón ensangrentado, lascivo.
-Córrete un poquito. -me susurran las fauces tras haber deglutido mi mano.

-Que te corras para allá, joder.
Abro los ojos. Sigo en la oscuridad. La buscona de mi mujer me da patadas bajo las sábanas.
-¿Quieres correrte para allá, coño? -me impela medio dormida.
Yo la hago caso y me muevo hacia el borde de la cama. Me corro tanto que me caigo al suelo.
-Joder… si es que pareces un niño pequeño.
Me levanto acongojado, casi temblando no sé si de frío o de miedo ante la perspectiva de volver a meterme con ella en la cama, así que me voy a dormir al sofá. Poco a poco vuelvo a caer en un sopor teñido de angustia.

Un ruido de patitas correteando por el suelo me despierta. Ya no estoy en el sofá. Estoy en un suelo de piedra polvoriento, bajo lo que parece una litera oxidada. Tampoco llevo el pijama de antes, ahora llevo un traje de presidiario. Pero si soy el presidiario y estoy en una celda, ¿qué hago bajo la cama? El ruido de antes vuelve a llamar mi atención. Patitas puntiagudas correteando. No. Escalando. Se suben por las paredes, también de piedra. Eso debe ser. Me escondo del dueño de las patitas. Con cuidado asomo la cabeza al exterior para encontrarme de frente a una miríada de ojos. Una tarántula del tamaño de un doberman me observa desde el colchón. Me mira incómoda, molesta, como si la hubiera despertado. Se que es una tarántula por que reconozco la forma de sus seis patas alargadas, su vientre abultado y esos colmillos salivosos que castañetean ante mi. Pero no es peluda. No tiene ni un solo pelo de tarántula. Tiene piel, piel humana. Piel de bebé. Aunque su cuerpo está tan hinchado y gordo que veo claramente las costuras. Ha necesitado de varios bebés para recubrir su escalofriante cuerpo. No me ataca. Me mira con desdén. Con un chasquido de colmillos me espanta y se vuelve a dormir sobre el colchón. Entonces lo entiendo. No soy el ocupante de la celda. Ella es la prisionera y yo… yo debo ser el insecto, la rata que pulula bajo su cama, que convierte su celda en el lugar repugnante que para ella debe ser.
Con cuidado de no molestar a la inquilina me deslizo por el suelo, como una culebra harapienta, buscando un rincón oscuro en el que ocultarme. Me arrincono a mi mismo buscando la oscuridad pero toco algo con las manos, algo vivo. Algo podrido, arrugado, fibroso. Me retiro con cuidado y de las sombras surge un escorpión no menos grande que su compañera de celda pero este sin piel. Podrido, ennegrecido, como una roca de carbón consumida. Me mira con ojos humanos, mis ojos. Sin darme tiempo a reaccionar me los ha sacado con las pinzas y se los ha puesto. Aún así sigo retirándome y cuando el pobre animal que soy no tiene a donde ir unas poderosas mandíbulas se me clavan en la espalda provocándome un espasmo tan grande que me destroza la columna. Caigo paralizado al suelo. Los dos presidiarios se abalanzan sobre mis restos todavía vivos. La tarántula me arranca la piel para proveerse mientras el escorpión podrido me arranca los órganos para colocárselos a sí mismo. El cerebro es lo último que extirpan, conmigo todavía consciente. Se miran entre sí y tiran a un rincón el manojo de sesos. Me besan en los restos sanguinolentos de mis mejillas y yo les sonrío.

-¿Se puede saber de qué ríes? Desde luego pareces idiota.
La buscona de mi mujer está en bata a mi lado. Si vestida ya parecía una puta barata, recién levantada parece la madre puta de una puta barata. Con desdén se besa el anillo de compromiso.
-Si no fuera por estos, te largaría sin pensarlo. -me espeta mientras sorbe un café negro.
Estos son los niños. La pequeña buscona del coche y otros dos que han aparecido de sabe dios dónde. Se preparan para ir al cole. A gritos, tirando restos de leche y galletas por la mesa, el suelo y sus nauseabundos cuerpos.
Me siento mareado mientras me incorporo del sofá. La espalda me duele. Busco con desesperación algo agradable en esa estancia que me reconforte pero los gritos de tres niños subnormalizados por la tv y una esposa con cara de querer verme ahogado en mi propio vómito me impiden refugiarme en mi subconsciente. El sudor me recorre. Estoy paralizado de terror. Los niños ya salen para ir al colegio pero antes se abalanzan sobre mi para despedirse mientras la ramera de su madre sonríe despectivamente, como si solo ella conociera el chiste, pero intuyo que tiene algo que ver con haberse follado a medio barrio y que ese grupúsculo infecto de niños no lleve mis genes. Me siento morir y en ese instante, rodeado de niños que no son míos, una mujer que me odia y en definitiva, una vida anodina que desprecio con todo mí ser, grito. Grito, grito, grito y grito y entonces me despierto… pero de verdad.

Y ahí está ELLA, con sus labios de fresa. Me está haciendo un torniquete en la pierna tras habérmela cortado, como cada día. El granero vuelve a estar en su sitio. Mis párpados en el suelo. De los restos de mi nariz brotan mocos y sangre a partes iguales. Todo en su sitio.
Al fondo del granero puedo ver a mi hija en camisón, mojada. Devora con ansia los restos de mi mano a través de su vientre. Exhalo aliviado vaho de podredumbre al ver que se alimenta bien. Y a mis pies veo juguetones a nuestras mascotas. La tarántula acaba de despellejar a un recién nacido. La piel le sienta como un guante. A su lado el escorpión podrido sostiene a ambos lados de su cabeza, coqueto, dos orejas humanas. Imagino que son las mías. Se las regalo gustoso.
Me relajo y ELLA se acerca tras dejar la pierna en la bandeja de plata.
-¿Estás bien, cielo? Pareces inquieto. -me susurra mientras clava una de sus rodillas en mis costillas, resquebrajándolas.
-No mi vida. Solo he tenido una realidad. -le respondo aliviado mientras noto cómo los fragmentos de hueso me perforan los pulmones.

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