Adaptarse o vivir

#HistoriasdelCamino
 
— Al llegar a Santiago, dimos gracias por seguir muertos.
La afirmación no cogió por sorpresa al reportero finlandés. Era difícil no tomarse en serio a un cadáver de rostro descompuesto que te habla desde el fondo de una capucha de monje.
Tras días de testimonios repetitivos sobre peregrinaje, por fin había encontrado una historia jugosa en el mismo centro de la plaza del Obradoiro. Tras él otros cinco cadáveres tañían campanas de mano atrayendo a los peregrinos para hacerse fotos con ellos. A sus pies varios carteles apelaban a los turistas: 
“1 foto=1 euro; 2 fotos=7 euros” (las matemáticas no eran el fuerte de los muertos) y “Por favor, no alimenten al vivo”. El vivo en cuestión era el penitente y único que respiraba del grupo.
— Entonses ustedes ser lo que aquí llaman Santa Compaña —el fuerte acento finés del chico no diluía su emoción.
— Qué va, hermano —el líder de la Compaña sacó de la túnica un vapeador y le pegó una fuerte calada— Ni somos santos, ni compañía. En vida éramos unos auténticos hijos de puta y en la muerte sólo somos co-workers. Vecinos de Purgatorio como mucho.
El reportero entrecerró los ojos.
—Perro usted hablar muy moderno.
—Eso es por la última adquisición —contestó señalando con el vapeador al vivo del grupo— Cada vez que cambiamos al vivo penitente adquirimos sus recuerdos, su forma de ver el mundo actual.
El líder dejó el vapeador a medio camino de su sonrisa cadavérica, y soltó un suspiro que se diluyó entre los huesos de sus costillas antes de llegar a la boca.
—Al principio me preguntabas qué nos había traído a Compostela. Todo empezó con este mamonazo del vivo.
Sabes, en vida fuimos pecadores desnortados. Sólo en la muerte fue que encontramos un propósito. Por cientos de años procesamos los caminos de la Galicia más creyente. Nosotros seis, almas del Purgatorio, y un vivo invitado estrella rondábamos a los pecadores. Si nos veías ya podías arreglar los cabos sueltos de tu vida, que en una semana estarías muerto. Cuando el pecado era asumible, nuestro vivo les ofrecía la cruz y si estos aceptaban (los muy pecadores también suelen ser muy gilipollas) pasaban a convertirse en nuestro nuevo vivo, dejando al anterior absuelto. Era una forma honrada de ganarse la redención.
Por eso imagínate nuestra sorpresa cuando, al actualizarnos a este último mamonazo, nos enteramos de que el  puto Santo Padre de Roma, con sus santos cojones, había emitido una encíclica en la que dictaba que el Purgatorio ya no existía. Se nos quedó cara de lelos. Por lo visto ya no morábamos en un plano espiritual. Estábamos desahuciados y nadie nos había informado. Nadie, NADIE, tuvo la decencia de avisarnos de que nuestras almas estaban en la puta calle.
Nuestra realidad se tambaleó. Pero es que eso no era todo. El mundo había pegado tal acelerón que ríete tú de la paloma preñando a María. La gente escaseaba en los caminos rurales. El fenómeno de la España vaciada nos golpeó de lleno. Sólo nos cruzábamos con chavales que buscaban fiesta, pero teníamos prohibido interactuar con ellos. Ya sabes, movidas de la iglesia y los menores.
La cosa fue degenerando hasta el punto de que incluso los caminos se transformaron en pistas kilométricas por las que la gente sólo circulaba en coche. ¿Alguna vez has intentado interceptar un coche para decirles a los ocupantes que van a morir dentro de una semana? Puta concentración parcelaria. Después autovías, autopistas. ¡Dios!, cómo jode meterse en autopista por error y tener que caminar veinticinco kilómetros hasta la siguiente salida. Peaje incluido, nos ha jodido.
Tuvimos que recurrir a la única ruta que siempre nos había dado buenos resultados en anteriores bolos. El Camino.
Una ruta cimentada en el miedo al castigo divino y a no poder disfrutar de un aparthotel en el cielo de los justos.
Pero el mundo había transformado incluso la Ruta Santa. La guardia civil nos frió a multas por exceso de decibelios cada vez que tañíamos las campanas de mano a horas intempestivas. Nos confundían con grupos de música folk (más de un disco de Luar na lubre lleva mi autógrafo) Incluso te encontrabas con competencia desleal como la tipa esa, la chica de la curva. Y los pocos peregrinos que nos creían y sabían a lo que se enfrentaban, nos googleaban  y descubrían lo necesario para librarse de nuestros designios mortales. ¿Sabías que hay una cosa llamada wikipedia y que ahí está TODO sobre nosotros? Acojonante. Sabían incluso lo de que para eludirnos con que eches a correr es suficiente. Inaudito las zancadas que pegan algunos con los pies llenos de ampollas.
La sociedad nos había adelantado por la derecha. El avance de los tiempos nos convirtió en obsoletos y nuestro cometido se había diluido en un mundo en el que el pecado se medía en función de los likes. Pasamos de almas en pena a dar pena como almas. 
Y como el conductor borracho que de un solo pestañeo aparece volcado en la cuneta, un día llegamos a Santiago.
Pero ¿sabes, chaval? Llegar aquí fue lo mejor que nos pudo pasar...
— Creo que ahora entender —el finlandés interrumpió apagando la grabadora— Ahorra entender eso de dar gracias por seguir muertos al llegar a Santiago. Si estar muerto, en realidad poder ser libre de hacer lo que quiera ¿verdad?
El líder de la compaña pegó una última bocanada al vapeador y le dio una palmadita huesuda en el hombro.
— Es lo bueno del camino, amigo guiri: cada uno encuentra la respuesta que más le conviene —sentenció con una sonrisa ominosa— ¿Nos hacemos una fotito de recuerdo?
El chaval se colocó en medio del grupo y posó orgulloso entre los seis cadáveres y el vivo.
Días después, ya en sus hogares, cientos de peregrinos seleccionarían las mejores fotos para sus redes sociales. 
Todos subirían la misma foto, tomada con un grupo de folk pútrido.
Todos morirían una semana después.

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